"Es solo una mala racha" Relato de ficción sobre un ludópata, escrito por nuestro comPAH Israel Caballero y publicado en La Marea. Cualquier parecido con la realidad NO es coincidencia
Es lunes, Fermín se levanta desanimado, nervioso, deprimido, esta última noche no salió como esperaba, hace demasiado tiempo que las noches no salen como le gustaría, pone la radio:
¡ENTRA, ENTRA,ENTRA! ¡APUESTA, APUESTA, APUESTA! ¡JUEGA, JUEGA, JUEGA!
Rápidamente le viene a la mente la sonrisa de Carlos Sobera con una ceja levantada, ¡qué gracioso!, ese anuncio lo conoce, lo ha visto en la televisión, lo ha visto como ha visto tantos y tantos anuncios de apuestas en cualquier horario, incluso en horario infantil, “los chavales no deberían ver esos anuncios” se dice, mientras se queda mirando al suelo unos segundos, pensativo.
Enciende un cigarrillo, el penúltimo que le queda, no le calma, tal vez el último sorbo de esa botella en la mesilla, nada, tampoco. Abre la cortina, está lloviendo. Como si eso le importase. Cualquier otro día tal vez pero ya no, se viste corriendo, ha dormido hasta tarde y el hostal solo está pagado hasta las 12.00, tampoco tenía nada más que hacer, pero hoy tiene prisa, se lanza a la calle, es un mal día, el peor, peor que aquel día que le echaron del trabajo por faltar un día entero. Otra vez. Estaba en racha, ¿sabéis lo difícil que es estar en racha? No tenéis ni idea.
Peor incluso que el día que su mujer le dijo que ya no podía más y le dejó, harta, harta de ver cómo el hombre del que se enamoró y con el que decidió compartir su vida ya no existía, no podía culparla, en realidad Fermín no sabe cómo Julia (se llamaba así, es lo único que le queda de ella, su nombre), aguantó tanto tiempo, él había muerto en aquella ruleta electrónica donde se jugó hasta el último céntimo del paro el mismo día del cobro.
Hubo días peores, claro que los hubo, como aquel día que tuvo que vender la casa donde vivió toda su infancia, aquella casa que heredó de unos padres que se sacrificaron toda una vida para que él la dilapidara en apuestas deportivas. ¡Puta apuesta múltiple! ¿Quién coño iba a pensar que aquel equipo de tercera…? ¿Cómo coño se llamaba? Es igual, doblar la apuesta en el último momento no fue una buena idea.
Entra en su bar favorito, le gustan los luminosos y fluorescentes de aquella casa de apuestas online tan famosa que tiene a Usain Bolt como reclamo. Tiene gracia porque en ese bar donde se apuesta online ha perdido pasta, mucha, casi a la misma velocidad que Bolt corría los 100 metros lisos, y sin embargo le gusta, no sabe por qué pero le gusta y al mismo tiempo la odia.
Sale de allí, cualquier otro día hubiese estado hasta el cierre pero hoy no tiene tiempo. Va al bar de enfrente, donde está Chari, una antigua amiga del instituto de Julia que le suele fiar los desayunos, quizá por pena, es algo desagradable saber que alguien siente pena por ti, pero cuando te has quedado sin nada más que un resguardo de la última jornada de liga las cosas desagradables se amontonan. Fermín se pide un café, coge un periódico pasado de fecha y lee: «Santiago Juárez, vicepresidente de Castilla y León: “Castilla y León solo tiene 613 personas adictas al juego y está a la cola de España en cuanto a casas de apuestas”. Arruga el periódico, no sabe si ha cogido esa hoja con rabia porque sabe que es mentira lo que dice o porque siente cómo alguien se está riendo de él a sus espaldas. Nunca lo había sentido a través de las hojas de un periódico, pero sí lo ha sentido muchas veces, esa humillación, saber que la gente te mira y te señala, el desprecio, como si fueras un enfermo, como si fueras un alcohólico o un drogodependiente, “¡tú no eres nada de eso!” se dice, “¡es solo una mala racha!”, levanta la cabeza, la gente del bar se le queda mirando, se acabó el espectáculo, tiene prisa, no se despide de Chari. “Es lo mejor”, se dice, es lo mejor.
«¡Hombre Fermín!». Fermín se gira, la voz le es familiar. «¡Hombre Tito!». Tito es un chaval de 16 años de la otra parte del barrio, una barriada obrera que ha visto tiempos mejores y en la que, nadie sabe por qué, la delincuencia ha subido en los últimos meses, no es un problema de drogas, aquí el barrio siempre estuvo muy unido, es un barrio que se ha movilizado cuando ha visto el peligro, tampoco es por los altos índices de paro, quien más quien menos va haciendo sus chapuzas o siempre tiene un núcleo familiar en torno a los abuelos y abuelas que soportan el peso de estos tiempos, nadie sabe por qué aumenta la delincuencia, si hubiese un problema el barrio lo detectaría, como siempre lo detectó.
–¿Qué haces por aquí chaval? ¿No tendrías que estar en el colegio?
–Pues ya ves, he quedado con unos colegas, vamos ahí enfrente –ahí enfrente es el bar de los neones, los fluorescentes y el careto de Usain Bolt al que se ha sumado el careto de Cristiano Ronaldo en la fachada–. Nos ha tocado un bono de 5 euros.
–Pero, ¿y las clases?
–Los exámenes son más adelante y solo he suspendido dos, así que por un día que no vaya no pasa nada.
Fermín no da crédito, Tito es el típico chaval, al menos lo era, que es la alegría del barrio, un chaval con unas notas impecables y bueno al baloncesto, la cantera del Valladolid le ha tocado alguna vez, es bueno el jodido niño, pero ahí le tienes hoy, diciéndote a la cara que le importa tres narices estar hoy en la escuela.
–Oye, Tito, al menos te cuidarás para los entrenamientos, ¿no?
–Ostras, Fermín, pues claro, mira, hablando de baloncesto ¿has visto esta noticia? Tito saca un móvil de una marca china de tres duros, su familia es humilde y no está para dispendios: “La ACB cierra un patrocinio con las casas de apuestas”.
–Bueno, tengo que marchar, chaval, cuídate y evita esos bares, te lo digo yo que algo sé de eso.
Tito asiente y Fermín se queda con la sensación de que le da la razón como a los tontos. Tito pasa la acera donde le esperan chavales de su edad en la puerta con unas cervezas en la mano y demasiado tiempo libre. “Ojalá me haga caso”, siente que ha intentado hacer la buena acción del día, al fin y al cabo, qué iba a hacer, ¿contarle su vida? A nadie le importa su vida. Ya no.
“Joder, son casi las 15.00”, mientras se acerca a una pasarela, la pasarela que separa el hostal donde malvive del barrio obrero de Tito. Fermín no tiene reloj, lo tuvo que empeñar para pagar un crédito, era el regalo de bodas de sus suegros, una pasta, como la del crédito que tuvo que pedir, la deuda que había contraído al póker online empezaba a pesar y en casa empezaban a darse cuenta, pero Fermín sí que tiene memoria fotográfica y recuerda a qué hora pasa cada cercanías y cada Alvia, lo recuerda también porque pasaba las horas muertas en esta pasarela, no era fácil tener que llegar a casa y explicar que te habías fundido más de lo que tenías. ¿Con qué cara le ibas a decir a tu familia que les querías pero que este mes había que tirar de ayudas de parientes y de los arreglos que hacía Julia a las vecinas con la ropa de sus hijas? ¿Por qué?, te preguntaban. Una mala racha, solo eso te decías a ti mismo mientras tu familia solo escuchaba el silencio ensordecedor, tu silencio.
Ese pitido es el del Alvia que viene de Madrid a las 15:00, detrás viene el cercanías de Valladolid, tal vez con un poco de retraso, como siempre, la memoria fotográfica de Fermín le ha hecho grandes favores, recuerda cuando empezó en las apuestas, cómo controlaba, raro era el día que no se iba con los cubatas pagados y 15 euros de más en el bolsillo, él controlaba esa máquina nueva, la tenía calada, el truco era apostar poco a poco, ganar poco a poco, hasta que un día apuestas un poco más, porque tú controlas esa máquina y ha llegado el momento de ir a lo grande, y de repente pierdes, ¿pero cómo? Joder, ya es casualidad, para una vez que voy a lo grande, ese día perdió 300 euros, ni memoria fotográfica, ni yo controlo ni nada, 300 euros, ahí empezó la cuesta abajo.
15.20. Ya casi es la hora, un último cigarro, el último que le quedaba, Fermín se palpa la chaqueta, en su interior dos dados, «¿y esto de dónde sale?». Recuerda que ayer fue un mal día en las apuestas, le echaron del local con una mano delante y otra detrás, un bingo en el que antes le servían cenas frías y le ponían copazas de balón mientras le trataban de señor Fermín, ayer le echaron, ¡a él! Sintió tanta furia que se llevó los dados de la mesa de recuerdo, una pequeña satisfacción entre tanta mierda tragada, sonríe mientras una gota de sudor frío le recorre la espalda y otra y otra y otra, evita la valla, el Ayuntamiento puso unas altas para evitar que la gente se subiese al bordillo de la pasarela, pero él ha encontrado la forma de sortearla, se agarra a la pasarela con una mano mientras con la otra sostiene los dados, el pitido del cercanías, ya lo ve a lo lejos al final de la recta. Ojalá el chaval me haga caso. Ojalá Julia sea feliz. Ojalá Chari me perdone por no despedirme. Y de repente otra vez la sensación de jugar, Neymar, Roberto Carlos, Casillas, Maldini, Pedrerol, Rafa Nadal, Piqué, De Gea, Di María, la Liga, la ACB, Jorge Javier Vázquez, Antena 3, Telecinco, el Marca, el As, la Cadena Ser, la Cope, el ABC, El Mundo, Onda Cero, todos, todos diciéndote que hagas una última jugada, los dados en una mano, los lanza mientras los dedos se despegan de la barandilla, una última apuesta, all in. Fermín observa cómo los dados rebotan sobre la acera de la pasarela, all in, todo o nada, observa mientras empieza a caer, ojos de serpiente, vaya día de mierda para ser el último.
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