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miércoles, 23 de mayo de 2018

Samba, uno de los miles de nombres borrados.

El 6 de febrero de 2014, quince personas perdieron la vida al intentar llegar a las costas españolas. La autopsia de los cadáveres reveló la "muy alta probabilidad" de que sus muertes fueran debidas a material antidisturbios, como pelotas de goma y gases lacrimógenos. Además, según el testimonio de los supervivientes, la Guardia Civil les disparó a bocajarro mientras intentaban llegar a la orilla y vieron como sus compañeros morían ahogados por los impactos o por el humo de los gases. A pesar de ello, sorprendentemente la causa ha sido archivada dos veces por los juzgados de Ceuta.
Pero no es la primera vez que el Estado español actúa de tal manera, el 13 de diciembre de 2012 en Río Cabaleiro (Canarias) una patrullera de la Guardia Civil embistió una patera, el resultado es que ocho personas se ahogaron aunque algunos cuerpos nunca aparecieron, y las diecisiete restantes fueron detenidas y devueltas a Marruecos para evitar testigos incómodos.

El 29 de septiembre de 2005 hubo una "intervención" similar, cientos de personas saltaron la valla de Ceuta para intentar pasar al lado español y la policía les disparó a zonas vitales con fuego real, trece de ellos fueron asesinados y otros muchos a pesar de estar gravemente heridos, se devolvieron en caliente a un hospital de Tanger y desde allí, en represalia fueron cruelmente expulsados al desierto del Sáhara donde la mayoría perecieron por deshidratación. El compañero del protagonista que vivió para contarlo y aparece en el documental, aparenta 30 años más de su edad real, apenas tiene un hilo de voz y la mirada perdida. El video grabado en el desierto de los cadáveres es tan escalofriante que se agradece la baja resolución de la imagen. Versión pura y dura de la gestión de fronteras que hace Marruecos, el mismo Marruecos al que España paga mucho dinero para que efectúe dicha "gestión".

También aquella causa de 2005 fue archivada, a pesar de las pruebas y de las numerosas denuncias.

Mahmoud Traoré fue uno de los supervivientes en aquel salto de la valla de 2005, y tras la tragedia de Tarajal, se decidió a participar en el documental "Samba, un nombre borrado", del director Mariano Agudo www.intermediaproducciones.com premiado en el Festival de Derechos Humanos de Madrid.

El documental reconstruye la vida de Samba, un joven senegalés de una aldea cercana a la de nuestro protagonista Mahmoud, a través de los testimonios de varios de los amigos que estaban con él aquel fatídico 6 de febrero, y con el viaje inverso de Mahmoud, desde España hasta su aldea natal en el sur de Senegal, para conocer a familiares de Samba y contarles lo que pasó realmente. 
Es estremecedor escuchar a la familia -cuyo retrato es la magnífica imagen del cartel- y especialmente al padre que se pregunta cómo es posible que un estado de Europa asesine a personas y no haya ningún tipo de reparación, ni tan siquiera se pidan disculpas: un anciano agricultor de un pueblo remoto del África negra que rebosa dignidad.

Hay un viaje emocional, el de Mahmoud al recordar sus propias vivencias y traumas, cuando se escondía de la policia marroquí en el bosque de Benyounes o mendigaba un trozo de pan en los barrios pobres de Fnideq, pero en el periplo hay además una denuncia social, pues se van desgranando algunas de las causas de la huida de más de la mitad de los jóvenes en muchos pueblos. Karim Abdul es un activista que habla muy claro al respecto, acusa a la pesca industrial a gran escala de los barcos europeos en Senegal de arrasar con todo y dejar los caladeros esquilmados, la pesca artesanal de la gente del lugar no puede competir por lo que acaban teniendo que dejar su trabajo y huir a las ciudades o a otros países para tener un medio de vida. Este tipo de competencia desleal ha acabado con las industrias tradicionales de la pesca en Senegal provocando la ruina de muchas familias, cuyos hijos deben marchar a otros lugares para poder tener unos ingresos económicos.
También es un alegato firme contra la impunidad del Estado español, impunidad que se ejerce mediante diversos mecanismos: no recogiendo los cadáveres del agua (fueron aflorando durante los siguientes días) impidiendo a las familias que puedan reconocer e identificar los cuerpos e interponiendo todos los vericuetos legales y burócraticos posibles. Tampoco han permitido hacer una comparativa de ADN a los familiares de las víctimas para al menos poder nombrar las lápidas anónimas que hay ahora mismo en el cementerio de Tarajal.

La acusación particular está formada por dos asociaciones activistas y por CEAR, acusan a 16 guardias civiles con testimonios y vídeos, sin embargo el juez estima que no es pertinente que dos de los tres testigos den su testimonio por videoconferencia desde Alemania, donde residen.

Pero no todo está perdido, documentales como "Samba un nombre borrado" nos permiten ver con el corazón temas como el de la inmigración que hasta ahora solo se analizaban mentalmente. Por unos minutos accedemos al otro punto de vista, el de las familias sin medio de vida que sueñan con la utopía de un futuro mejor, sin saber que algunos sueños se vuelven pesadillas. Lloramos con sus palabras, miradas y sobre todo, con sus silencios.

Solo difundiendo películas cómo éstas se conseguirá que la sociedad conozca todos los aspectos de una realidad y tenga más herramientas para cambiarla, puesto que en palabras de su documentalista Agustín Toranzo "los juicios no se ganan en los juzgados sino en la calle, y difundiendo estos testimonios entre la sociedad, se rompe la impunidad con la que actúan los poderes".

Confiemos en que la justicia europea tenga algo más de humanidad y decida que se deben reconocer los delitos y reparar a las víctimas. Por los miles y miles de personas cuyos nombres no conoceremos porque han sido borrados en el Sahara, en el mar a orillas de nuestro país o quizas en una infame cárcel de Libia. Por todos "los invisibles de Kolda".

Patricia Rodríguez Olalla

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